Hambre emocional: ¿cómo afectan las emociones a nuestra alimentación?

La comida no sólo está relacionada con el hambre física, sino también con el hambre emocional

mujer morena vestida de rosa comiendo chocolatinas lacasitos conguitos m&ms y galletas en una mesa de madera con un libro y un café

Comer es un acto fisiológico necesario que está relacionado con el hambre física, sin embargo las ganas de comer pueden estar influenciadas también por causas emocionales, ya sea felicidad, aburrimiento, estrés o enfado. Además, la comida, aparte de su función nutritiva, es placentera y desestresante, por ello, ante determinadas emociones recurrimos a ella.

Todo empieza en la infancia. El hambre emocional surge tras un proceso asociativo: se nos premiaba con dulces y se nos castigaba sin ellos. A lo largo del tiempo, también lo hemos asociado a las celebraciones, cenas con amigos, cuando nos enfadamos, nos sentimos estresados o deprimidos… Asociamos la comida con diferentes emociones, y esta asociación permanece durante nuestra vida.

Cuando comemos como respuesta al hambre emocional, no pretendemos saciar el hambre, sino calmar o afrontar las emociones. A todos nos ha pasado alguna vez, nos acabamos una bolsa de papas por aburrimiento, o nos comemos un paquete de galletas en un momento de estrés. El problema surge cuando hacemos de esto una práctica habitual, lo que puede afectar no solo a nuestro peso, sino también al bienestar emocional y a la salud.

¿Cómo afectan las emociones a nuestra alimentación?

Lo que comemos afecta a cómo nos sentimos pero, a su vez, cómo nos sentimos – nuestras emociones- afecta a nuestra manera de comer. Así surge un vínculo: lo que comemos depende de nuestras emociones, y del mismo modo, nuestra alimentación puede condicionar nuestro bienestar emocional.

Características del hambre emocional

  1. Son antojos

A diferencia del hambre física, cuando sentimos hambre emocional no nos saciaremos con verduras, por ejemplo, si no que nuestro cuerpo nos pide alimentos calóricos, ricos en azúcar y grasas saturadas. Cuando nos sentimos inestables emocionalmente, tendemos a consumir alimentos grasos, influyendo negativamente en el control del peso.

  1. Aunque nos llenemos, no estamos satisfechos

Es difícil saciarse con el hambre emocional, se engulle y se puede comer sin apenas pensar, hasta que nos sentimos demasiados llenos. Incluso, aunque estemos llenos, podemos no sentirnos satisfechos y seguimos comiendo. En cambio, si hubiéramos sentido hambre física, nos habríamos saciado mucho antes.

  1. Surge como respuesta al malestar emocional

Pretendemos aliviar estas emociones negativas con la comida, lo que, en un principio, creemos que conseguimos. Pero esta sensación de alivio solo permanece durante la ingesta. Después, lo más probable es que nos sintamos peor.

  1. Después nos sentimos culpables

La sensación de falta de control, la cantidad de alimentos que ingerimos y el tipo de comida que es, hace que luego nos sintamos culpables. Somos conscientes, desde un principio, que las galletas de chocolate que estamos a punto de comernos están llenas de grasas saturadas y azúcares, y que en exceso no son buenas para nuestra salud, pero no hemos podido contener el impulso.

  1. Actuamos de manera impulsiva

Comemos sin pensar, de manera impulsiva. De repente sentimos unas ganas intensas de satisfacer el hambre emocional de manera inmediata. Por su parte, el hambre física surge de manera gradual y puede ser controlada.

 

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